Pues Yerma es una mujer que en el nombre lleva la penitencia, su mayor anhelo es tener un hijo, pero ella está seca (Como la tierra yerma) Se ha secado con el tiempo, se ha secado porque sus sueños se marchitan día a día.
Juan, el esposo de Yerma, es un hombre "enjuto", cerrado. Al que no le importan los hijos, de corazón duro. Él proviene de una familia que ha tenido problemas de esterilidad, a diferencia de Yerma que proviene de una familia fértil.
Estos dos personajes antagónicos son la combinación perfecta para dar origen a esta Tragedia: Ella desea con todas sus fuerzas tener un hijo, él no quiere ni puede. Ambos atrapados en una sociedad que los obliga a estar juntos.
María, la amiga-vecina de Yerma, es el detonador. Ella le cuenta a Yerma que aunque sólo lleva 5 meses de casada ya está embarazada. Esto detona en Yerma la ansiedad, extrema la necesidad de tener un hijo... Han pasado años y ella ni siquiera.
Victor: El hombre con el que Yerma podría haber sido felíz, el sueño, lo prohibido, lo perdido. Él es todo lo que puede desear en un hombre y todo lo que no puede tener.
La Vieja: Es la sabia, la que desde temprana la obra le dice a Yerma que el problema es Juan, pero no la escucha. Como en todas las tragedias, los ancianos tienen la verdad que los jovenes no escuchan.
Dolores, la hechicera. Yerma busca ayuda en esta mujer, y sólo consigue más problemas. Juan se molesta al encontrarla ahí. La hechicera es la solución incorrecta.
Las lavanderas: El coro, el pueblo que habla, que cuenta, que nunca se calla. que sabe todo y juzga.
Las hermanas de Juan: El retrato de lo que puede llegar a ser Yerma.
El macho y la hembra: ellos simbolizan el rito de la fecundación. Acto que jamás tocará las entrañas de Yerma. Son el contraste de su sequía.
Hay un coro de hombres, niños y mujeres, en el último acto, para llegar a la escena final. El coro se presenta y habla de la maravilla de fecundar... La fuerza crece en Yerma, la ira. Descubre que jamás conseguirá lo deseado y mata a Juan. Matarlo no soluciona nada, porque ella ya se ha secado por dentro.
La respuesta es un poco larga, pero aqui tienes la descripcion de los personajes mas importantes de Yerma..
D.- Personajes
Personajes importates: Yerma, Juan, Víctor, María y Vieja.
Otros personajes que intervienen en la obra: Lavandera 1ª, Lavandera 2ª, Lavandera 3ª, Lavandera 4ª, Lavandera 5ª, Lavandera 6ª, Muchacha 1ª, Muchacha 2ª, Hembra, Cuñada 1ª, Cuñada 2ª, Mujer 1ª, Mujer 2ª, Niño, Macho, Hombre 1º, Hombre 2º y Hombre 3º
Descripción de los personajes importantes
YERMA
La protagonista está ya «marcada» por su nombre, que al servir de título confirma la intención del autor-tantas veces ya mencionada- de plantear el desarrollo de un carácter más bien que un argumento Su nombre, al recibir valor onomástico nos da a priori el problema dramático y su condición de insoluble. Como en el caso de Mariana Pineda el espectador conoce el final, en Yerma sabe también que no habrá solución para el problema plantead9. En aquélla, por ser personaje histórico; en ésta, por su mero nombre. Ni Mariana podrá evitar el cadalso, ni Yerma podrá lograr la maternidad. Importa el cómo se van cumpliendo ambos destinos, las variaciones aportadas por el autor que puedan dar originalidad a su Mariana Pineda y a su Yerma; el interés está en cada matiz de los procesos dramáticos y psicológicos que son materia esencial de ambas creaciones y en la ~leza y autenticidad con que se expresen. En el caso de Yerma, no en su esterilidad, sino en su obstinación en negarse a aceptarla, en hacer de la maternidad un valor absoluto y necesario, que por trágica paradoja está más allá de su vida .
Desea un hijo, pero no como una criatura para el cuidado y el afecto, sino habiéndolo sentido crecer día a día en su entraña, habiéndolo dado a luz entre dolores
y amamantado incluso casi deseando grietas en los pechos, dolor adicional que ratificase el personalísimo trance del alumbramiento. Por eso no puede hastarle la adopción de otro niño, como a tantas otras mujeres reales o imaginarias. Ni siquiera podría madrear como la Tula de Unamuno a los hijos de su hermano. Su problema no es de raíz sentimental, es simple y terriblemente biológico. Ahí están, juntas, la debilidad y la grandeza de la Yerma lorquiana. Criatura pasional, irracional, energuménica, quiere imponer su voluntad de maternidad a su cuerpo estéril, porque no puede aceptar el hecho fatal de que está «fisiológicamente condenada»: admitir que ella no puede concebir hijos, sería la negación de sí misma, su aniquilamiento. Vimos anteriormente cómo su rígido concepto de la honra, su orgullo y, en menor grado, su frustración amorosa se unen al problema central para ir trazando gradualmente el proceso de su enajenación.
De una mujer sosegada y con inmensa potencia de ternura, la vemos ir a parar en una criatura desmesurada que camina derechamente hacia la extrema violencia. Largo proceso interior al que asistimos en un período dramático de poco más de cinco años, cuyo transcurso, de tan importante función dramática, se señala casi con minuciosidad.
Cuando la conocemos, nada más alzarse el telón, estaba ocupada en una faena delicadamente femenina, sentada junto a su tabanque de costura; el leve adormecimiento en que está sumida funciona en virtud del sueño que le vemos soñar, pero atestigua también un perfecto sosiego interior. Poco después sabemos de su habilidad para hacer trajecitos de niño, con lo que la labor de costura se hace más delicada, en esa descriptiva y a la vez afectiva conjunción de diminutivos. Está gozosa entre las paredes de su casa, esperando el momento en que se dará cuenta de que ella ha concebido ya.
A medida que esa esperanza se va debilitando, Yerma se aparta de los trabajos femeninos y cambia la intimidad del hogar por el campo abierto y prefiere pasar la noche sentada en el poyo, a la puerta de su casa, «a pesar del frío», en vez de en la intimidad, ya en progreso de total destrucción, de su alcoba conyugal. Llega a aborrecer aquellas delicadas labores que sólo tienen sentido como quehaceres complementarios de la cría del hijo. Si éste
no llega, nada vale lo demás y así lo expresará con diminutivos despectivos: « ¿Por qué estoy yo seca? ¿Me he de quedar en plena vida para cuidar aves o poner cortinitas planchadas en mi ventanillo?» Con ironía que se vuelve contra ella misma, llegará a decir: «Ojalá fuera yo una mujer.»
Pronto se avanza en ese proceso de pérdida de la femineidad: «Muchas noches bajo yo a echar la comida a los bueyes, que antes no lo hacía, porque ninguna mujer lo hace, y cuando paso por lo oscuro del cobertizo mis pasos me suenan a pasos de hombre.» Nadie, entre quienes la rodean, ha advertido ese cambio, pero ella lo conoce y lo admite.
Paralelamente, Yerma ha ido tomando conciencia de su frustración amorosa. Si bien expresa reiteradamente que aceptó ella con alegría el marido que su padre le había elegido (incluso se referirá en ese mismo tono a su noche de bodas), subraya que buscaba esencialmente al hijo. Esa búsqueda al hacerse obstinada determinará situaciones ambiguas en las que Yerma siente que su cuerpo tiene «calentura», mientras el marido tiene la «cintura fría» y que él «da media vuelta y se duerme» dejándola a ella en la cama con los ojos tristes «mirando al techo». Todavía, cuando ya el matrimonio está condenado, en el penúltimo cuadro, Yerma intenta, quizá ya muy a la desesperada, volver a los primeros tiempos de su matrimonio, cuando la esperanza del hijo justificaba la vida conyugal, y entonces sus palabras son de auténtica enamorada: «Te busco a ti. Te busco a ti, es a ti a quien busco día y noche, sin encontrar sombra donde respirar. Es tu sangre y tu amparo lo que deseo.»
Son palabras que ya no pueden estar de acuerdo con sus hechos: no sabe si quiere a su marido, no sabe si le gusta, no siente nada cuando él le acerca sus labios; también ha dicho que no lo quiere, aunque él es por honra y por casta su única salvación.
A la luz del desarrollo del carácter de Yerma, desde la alegre aceptación del novio antes de la boda y en la noche de bodas, hasta el instante en que mata a su marido, la frustración amorosa desempeña un importante factor.
Juan
No cabe pensar que se hubiera negado a tener hijos; sabe que no los puede tener y se resigna, tratando de aceptar ventajas desde el centro de su codicia. Un propietario rural que no desee tener hijos, más aún, que se niegue a tenerlos, es algo tan improbable que se acerca a la inverosimilitud, Cuando Juan, al comienzo de la obra, ante la todavía dominable inquietud de Yerma, dice con aparente satisfacción «no tenemos hijos», está hablando con tópica falsedad: es lo que suelen decir los padres de familia cuando aparentan envidiar la tranquilidad o el desahogo económico de los que no lo son. Pero ni en labios de Juan ni en los de esos padres de familia suenan tales palabras a verdad íntegramente asumida. De igual modo, cuando Juan dice «cada año seré más viejo», no es aventurado sospechar una elipsis en su pensamiento: «Y estoy solo, sin hijo que me ayude a cuidar mis bienes.»
Juan ha acomodado su vida a sus posibilidades reales. No necesitaría, pues, recurrir a ninguna violencia. Busca y encuentra en el trabajo y en la codicia la compensación de su infelicidad conyugal. Trata de regalar a su mujer y de hacerle la vida cómoda. No comprende que haya de vivirse en desaforada tensión.
Tampoco Yerma tendría que intentar salir a toda costa del pozo en que se ve encerrada, si fuera posible dar un salto adelante en el tiempo; se resignaría si fuese ya una mujer vieja, una mujer de quien ya nadie pueda esperar que conciba hijos. Cuando Yerma dice eso 8, sus palabras
Al comienzo del cuadro segundo del segundo acto, hablando cun su marido.
son más importantes de lo que señalan los comentaristas:
son la mejor explicación del final trágico. Necesita estar en una situación en la que le sea absolutamente imposible esperar un hijo, en la que ni ella ni los demás tengan que pensar que está marginada de la naturaleza.
Es tan poderosa la personalidad anómala, desmesurada, de Yerma, y es tan normal la de Juan, que hasta cuando se trata de estudiar su carácter se acaba siempre yendo a parar a Yerma. Juan, figura borrosa, sencillo representante de la mediocridad y del sentido común, no podía tener otro destino que el de ser aniquilado por Yerma. No es extraño que se le haya visto corno verdadero personaje trágico .
VÍCTOR
Ya en la crítica publicada a raíz del estreno, el ilustre crítico don Enrique Díez Canedo señalaba que es un personaje «suscitado por el poeta para dibujar con trazo enérgico la figura de Yerma, como si cercara su contorno con una raya de sombra... » Sus intervenciones breves y escasas no guardan proporción con su gran importancia, que radica en todo cuanto puede sugerir a Yerma, más que en lo que él es, dice o hace. Su función respecto al subtema de la frustración amorosa y en la conducción de los hechos hacia el desenlace ha sido comentada ya, sin que podamos añadir nada mas.
MARÍA
En su primera aparición (acto primero, cuadro primero) sirve para poner de relieve la femineidad de Yerma, su fina sensibilidad y, también, sus primeras dudas, o al menos su creciente impaciencia acerca de su posibilidad de ser madre. La escena es una de las más bellas y eficaces de todo el teatro lorquiano.
En su siguiente aparición (acto segundo, cuadro segundo) dará ocasión a que Yerma, viéndola con el hijito en brazos muestre que está acercándose al limite de su resistencia -«Cada vez tengo más deseos y menos esperanzas»- y que empiece a ver anulada su condición de mujer por la esterilidad, sintiéndose ella misma como una criatura masculina: .... mis pasos me suenan a pasos de hombre».
Finalmente (acto tercero, cuadro primero) es María quien ha convencido a Yerma de que acuda a la romería del santo. Por ella sabremos que su pobre amiga está en situación tan extrema, que hace pensar en que algo muy grave puede suceder. Anuncia, en cierto modo, el desenlace violento.
VIEJA
Aparece en dos cuadros: el segundo del acto primero y el segundo del tercero. Su función es en ambos muy importante, pero desigual y con bastantes contradicciones. Esta mujer, que ha tenido catorce.hijos y ha estado casa-da dos veces, todavía cree que la procreación es sólo posible cuando hay plena y mutua atracción, que sin amor no es posible engendrar ni concebir. Es ella quien hace pensar a Yerma que está enamorada de Víctor y que la culpa de que no haya habido hijos en el matrimonio es toda de Juan. Dos pensamientos que han de decidir la conducta de Yerma.
En sus dos encuentros con la protagonista suscita en ésta una rotunda reacción contra el sentido dionisíaco de la vida que ella tiene y predica. Concepto y sentimiento de la honra se agudizan en Yerma frente a la Vieja, reforzados por un fino instinto valorizador; cuando ante su negativa a irse con ella para amancebarse con su hijo, el único soltero de los nueve que todavía le agradece, dice: «cuando se tiene sed, se agradece el agua», Yerma precisan que su sed es demasiado grande para aplacarla con «un pequeño vaso de agua de pozo». La reacción despechada de la Vieja, llamándola «marchita»,
lleva a Yerma a admitir su condición de estéril, admisión que seguidamente reforzará el marido.
Los demás personajes son muy secundarios y no plantean ningún problema de comprensión ni en su carácter ni en la función que desempeñan en la tragedia.
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Yerma, de Federico García Lorca ¿cierto?
Pues Yerma es una mujer que en el nombre lleva la penitencia, su mayor anhelo es tener un hijo, pero ella está seca (Como la tierra yerma) Se ha secado con el tiempo, se ha secado porque sus sueños se marchitan día a día.
Juan, el esposo de Yerma, es un hombre "enjuto", cerrado. Al que no le importan los hijos, de corazón duro. Él proviene de una familia que ha tenido problemas de esterilidad, a diferencia de Yerma que proviene de una familia fértil.
Estos dos personajes antagónicos son la combinación perfecta para dar origen a esta Tragedia: Ella desea con todas sus fuerzas tener un hijo, él no quiere ni puede. Ambos atrapados en una sociedad que los obliga a estar juntos.
María, la amiga-vecina de Yerma, es el detonador. Ella le cuenta a Yerma que aunque sólo lleva 5 meses de casada ya está embarazada. Esto detona en Yerma la ansiedad, extrema la necesidad de tener un hijo... Han pasado años y ella ni siquiera.
Victor: El hombre con el que Yerma podría haber sido felíz, el sueño, lo prohibido, lo perdido. Él es todo lo que puede desear en un hombre y todo lo que no puede tener.
La Vieja: Es la sabia, la que desde temprana la obra le dice a Yerma que el problema es Juan, pero no la escucha. Como en todas las tragedias, los ancianos tienen la verdad que los jovenes no escuchan.
Dolores, la hechicera. Yerma busca ayuda en esta mujer, y sólo consigue más problemas. Juan se molesta al encontrarla ahí. La hechicera es la solución incorrecta.
Las lavanderas: El coro, el pueblo que habla, que cuenta, que nunca se calla. que sabe todo y juzga.
Las hermanas de Juan: El retrato de lo que puede llegar a ser Yerma.
El macho y la hembra: ellos simbolizan el rito de la fecundación. Acto que jamás tocará las entrañas de Yerma. Son el contraste de su sequía.
Hay un coro de hombres, niños y mujeres, en el último acto, para llegar a la escena final. El coro se presenta y habla de la maravilla de fecundar... La fuerza crece en Yerma, la ira. Descubre que jamás conseguirá lo deseado y mata a Juan. Matarlo no soluciona nada, porque ella ya se ha secado por dentro.
La respuesta es un poco larga, pero aqui tienes la descripcion de los personajes mas importantes de Yerma..
D.- Personajes
Personajes importates: Yerma, Juan, Víctor, María y Vieja.
Otros personajes que intervienen en la obra: Lavandera 1ª, Lavandera 2ª, Lavandera 3ª, Lavandera 4ª, Lavandera 5ª, Lavandera 6ª, Muchacha 1ª, Muchacha 2ª, Hembra, Cuñada 1ª, Cuñada 2ª, Mujer 1ª, Mujer 2ª, Niño, Macho, Hombre 1º, Hombre 2º y Hombre 3º
Descripción de los personajes importantes
YERMA
La protagonista está ya «marcada» por su nombre, que al servir de título confirma la intención del autor-tantas veces ya mencionada- de plantear el desarrollo de un carácter más bien que un argumento Su nombre, al recibir valor onomástico nos da a priori el problema dramático y su condición de insoluble. Como en el caso de Mariana Pineda el espectador conoce el final, en Yerma sabe también que no habrá solución para el problema plantead9. En aquélla, por ser personaje histórico; en ésta, por su mero nombre. Ni Mariana podrá evitar el cadalso, ni Yerma podrá lograr la maternidad. Importa el cómo se van cumpliendo ambos destinos, las variaciones aportadas por el autor que puedan dar originalidad a su Mariana Pineda y a su Yerma; el interés está en cada matiz de los procesos dramáticos y psicológicos que son materia esencial de ambas creaciones y en la ~leza y autenticidad con que se expresen. En el caso de Yerma, no en su esterilidad, sino en su obstinación en negarse a aceptarla, en hacer de la maternidad un valor absoluto y necesario, que por trágica paradoja está más allá de su vida .
Desea un hijo, pero no como una criatura para el cuidado y el afecto, sino habiéndolo sentido crecer día a día en su entraña, habiéndolo dado a luz entre dolores
y amamantado incluso casi deseando grietas en los pechos, dolor adicional que ratificase el personalísimo trance del alumbramiento. Por eso no puede hastarle la adopción de otro niño, como a tantas otras mujeres reales o imaginarias. Ni siquiera podría madrear como la Tula de Unamuno a los hijos de su hermano. Su problema no es de raíz sentimental, es simple y terriblemente biológico. Ahí están, juntas, la debilidad y la grandeza de la Yerma lorquiana. Criatura pasional, irracional, energuménica, quiere imponer su voluntad de maternidad a su cuerpo estéril, porque no puede aceptar el hecho fatal de que está «fisiológicamente condenada»: admitir que ella no puede concebir hijos, sería la negación de sí misma, su aniquilamiento. Vimos anteriormente cómo su rígido concepto de la honra, su orgullo y, en menor grado, su frustración amorosa se unen al problema central para ir trazando gradualmente el proceso de su enajenación.
De una mujer sosegada y con inmensa potencia de ternura, la vemos ir a parar en una criatura desmesurada que camina derechamente hacia la extrema violencia. Largo proceso interior al que asistimos en un período dramático de poco más de cinco años, cuyo transcurso, de tan importante función dramática, se señala casi con minuciosidad.
Cuando la conocemos, nada más alzarse el telón, estaba ocupada en una faena delicadamente femenina, sentada junto a su tabanque de costura; el leve adormecimiento en que está sumida funciona en virtud del sueño que le vemos soñar, pero atestigua también un perfecto sosiego interior. Poco después sabemos de su habilidad para hacer trajecitos de niño, con lo que la labor de costura se hace más delicada, en esa descriptiva y a la vez afectiva conjunción de diminutivos. Está gozosa entre las paredes de su casa, esperando el momento en que se dará cuenta de que ella ha concebido ya.
A medida que esa esperanza se va debilitando, Yerma se aparta de los trabajos femeninos y cambia la intimidad del hogar por el campo abierto y prefiere pasar la noche sentada en el poyo, a la puerta de su casa, «a pesar del frío», en vez de en la intimidad, ya en progreso de total destrucción, de su alcoba conyugal. Llega a aborrecer aquellas delicadas labores que sólo tienen sentido como quehaceres complementarios de la cría del hijo. Si éste
no llega, nada vale lo demás y así lo expresará con diminutivos despectivos: « ¿Por qué estoy yo seca? ¿Me he de quedar en plena vida para cuidar aves o poner cortinitas planchadas en mi ventanillo?» Con ironía que se vuelve contra ella misma, llegará a decir: «Ojalá fuera yo una mujer.»
Pronto se avanza en ese proceso de pérdida de la femineidad: «Muchas noches bajo yo a echar la comida a los bueyes, que antes no lo hacía, porque ninguna mujer lo hace, y cuando paso por lo oscuro del cobertizo mis pasos me suenan a pasos de hombre.» Nadie, entre quienes la rodean, ha advertido ese cambio, pero ella lo conoce y lo admite.
Paralelamente, Yerma ha ido tomando conciencia de su frustración amorosa. Si bien expresa reiteradamente que aceptó ella con alegría el marido que su padre le había elegido (incluso se referirá en ese mismo tono a su noche de bodas), subraya que buscaba esencialmente al hijo. Esa búsqueda al hacerse obstinada determinará situaciones ambiguas en las que Yerma siente que su cuerpo tiene «calentura», mientras el marido tiene la «cintura fría» y que él «da media vuelta y se duerme» dejándola a ella en la cama con los ojos tristes «mirando al techo». Todavía, cuando ya el matrimonio está condenado, en el penúltimo cuadro, Yerma intenta, quizá ya muy a la desesperada, volver a los primeros tiempos de su matrimonio, cuando la esperanza del hijo justificaba la vida conyugal, y entonces sus palabras son de auténtica enamorada: «Te busco a ti. Te busco a ti, es a ti a quien busco día y noche, sin encontrar sombra donde respirar. Es tu sangre y tu amparo lo que deseo.»
Son palabras que ya no pueden estar de acuerdo con sus hechos: no sabe si quiere a su marido, no sabe si le gusta, no siente nada cuando él le acerca sus labios; también ha dicho que no lo quiere, aunque él es por honra y por casta su única salvación.
A la luz del desarrollo del carácter de Yerma, desde la alegre aceptación del novio antes de la boda y en la noche de bodas, hasta el instante en que mata a su marido, la frustración amorosa desempeña un importante factor.
Juan
No cabe pensar que se hubiera negado a tener hijos; sabe que no los puede tener y se resigna, tratando de aceptar ventajas desde el centro de su codicia. Un propietario rural que no desee tener hijos, más aún, que se niegue a tenerlos, es algo tan improbable que se acerca a la inverosimilitud, Cuando Juan, al comienzo de la obra, ante la todavía dominable inquietud de Yerma, dice con aparente satisfacción «no tenemos hijos», está hablando con tópica falsedad: es lo que suelen decir los padres de familia cuando aparentan envidiar la tranquilidad o el desahogo económico de los que no lo son. Pero ni en labios de Juan ni en los de esos padres de familia suenan tales palabras a verdad íntegramente asumida. De igual modo, cuando Juan dice «cada año seré más viejo», no es aventurado sospechar una elipsis en su pensamiento: «Y estoy solo, sin hijo que me ayude a cuidar mis bienes.»
Juan ha acomodado su vida a sus posibilidades reales. No necesitaría, pues, recurrir a ninguna violencia. Busca y encuentra en el trabajo y en la codicia la compensación de su infelicidad conyugal. Trata de regalar a su mujer y de hacerle la vida cómoda. No comprende que haya de vivirse en desaforada tensión.
Tampoco Yerma tendría que intentar salir a toda costa del pozo en que se ve encerrada, si fuera posible dar un salto adelante en el tiempo; se resignaría si fuese ya una mujer vieja, una mujer de quien ya nadie pueda esperar que conciba hijos. Cuando Yerma dice eso 8, sus palabras
Al comienzo del cuadro segundo del segundo acto, hablando cun su marido.
son más importantes de lo que señalan los comentaristas:
son la mejor explicación del final trágico. Necesita estar en una situación en la que le sea absolutamente imposible esperar un hijo, en la que ni ella ni los demás tengan que pensar que está marginada de la naturaleza.
Es tan poderosa la personalidad anómala, desmesurada, de Yerma, y es tan normal la de Juan, que hasta cuando se trata de estudiar su carácter se acaba siempre yendo a parar a Yerma. Juan, figura borrosa, sencillo representante de la mediocridad y del sentido común, no podía tener otro destino que el de ser aniquilado por Yerma. No es extraño que se le haya visto corno verdadero personaje trágico .
VÍCTOR
Ya en la crítica publicada a raíz del estreno, el ilustre crítico don Enrique Díez Canedo señalaba que es un personaje «suscitado por el poeta para dibujar con trazo enérgico la figura de Yerma, como si cercara su contorno con una raya de sombra... » Sus intervenciones breves y escasas no guardan proporción con su gran importancia, que radica en todo cuanto puede sugerir a Yerma, más que en lo que él es, dice o hace. Su función respecto al subtema de la frustración amorosa y en la conducción de los hechos hacia el desenlace ha sido comentada ya, sin que podamos añadir nada mas.
MARÍA
En su primera aparición (acto primero, cuadro primero) sirve para poner de relieve la femineidad de Yerma, su fina sensibilidad y, también, sus primeras dudas, o al menos su creciente impaciencia acerca de su posibilidad de ser madre. La escena es una de las más bellas y eficaces de todo el teatro lorquiano.
En su siguiente aparición (acto segundo, cuadro segundo) dará ocasión a que Yerma, viéndola con el hijito en brazos muestre que está acercándose al limite de su resistencia -«Cada vez tengo más deseos y menos esperanzas»- y que empiece a ver anulada su condición de mujer por la esterilidad, sintiéndose ella misma como una criatura masculina: .... mis pasos me suenan a pasos de hombre».
Finalmente (acto tercero, cuadro primero) es María quien ha convencido a Yerma de que acuda a la romería del santo. Por ella sabremos que su pobre amiga está en situación tan extrema, que hace pensar en que algo muy grave puede suceder. Anuncia, en cierto modo, el desenlace violento.
VIEJA
Aparece en dos cuadros: el segundo del acto primero y el segundo del tercero. Su función es en ambos muy importante, pero desigual y con bastantes contradicciones. Esta mujer, que ha tenido catorce.hijos y ha estado casa-da dos veces, todavía cree que la procreación es sólo posible cuando hay plena y mutua atracción, que sin amor no es posible engendrar ni concebir. Es ella quien hace pensar a Yerma que está enamorada de Víctor y que la culpa de que no haya habido hijos en el matrimonio es toda de Juan. Dos pensamientos que han de decidir la conducta de Yerma.
En sus dos encuentros con la protagonista suscita en ésta una rotunda reacción contra el sentido dionisíaco de la vida que ella tiene y predica. Concepto y sentimiento de la honra se agudizan en Yerma frente a la Vieja, reforzados por un fino instinto valorizador; cuando ante su negativa a irse con ella para amancebarse con su hijo, el único soltero de los nueve que todavía le agradece, dice: «cuando se tiene sed, se agradece el agua», Yerma precisan que su sed es demasiado grande para aplacarla con «un pequeño vaso de agua de pozo». La reacción despechada de la Vieja, llamándola «marchita»,
lleva a Yerma a admitir su condición de estéril, admisión que seguidamente reforzará el marido.
Los demás personajes son muy secundarios y no plantean ningún problema de comprensión ni en su carácter ni en la función que desempeñan en la tragedia.
Yerma