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Credo in Deum Patrem omnipotentem; et in Jesum Christum filium eius unicum, Dominum nostrum, qui natus est de Spiritu Sancto et Maria Viragine, sub Pontio Pilato crucifixus et sepultus, tertia die resurrexit a mortus est de Spiritu Sancto et Maria Virgine, sub Pontio venturus indicare vivos et mortuos. Et in Spiritum Sanctum, Sanctum Ecclesiam, remissionem peccatorum, carnis resurrectoinem.

Creo en Dios el todopoderoso

Y en Cristo Jesús, su único hijo, nuestro señor

Quién nació del Espíritu santo y de María la Virgen

Quién fue crucificado bajo Pontius Pilate y enterrado

Y el tercer día se levantó de los muertos

Quién ascendió en cielo

De dónde él vendrá para juzgar al vivo y a los muertos.

Y en el Espíritu santo

La iglesia santa

La remisión de pecados

El resurrección de la carne

Ave Caesar, morituri te saludant!

Salud! César, los que vamos a morir te saludan!

Alea jacta est

La suerte está echada

Veni Vidi Vici

Vine. Ví, Vencí

espero te sirva el sitio de Internet. bye

significado

Ave Caesar, morituri te salutant: Ave, César, los que van a morir te saludan.

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“¡Ave César, los que van a morir te saludan!”

Eran los auténticos ídolos de las masas en la antigua Roma. Lo más parecido a las actuales estrellas del deporte, esas a las que los aficionados adoran como a divinidades terrenales. Sus actuaciones sobre la arena eran precedidas por una intensa campaña propagandística digna de los mejores publicistas de la NBA. Lógicamente, estamos hablando de los gladiadores. Esos tipos fortachones y con cara de pocos amigos que tan de moda ha puesto Ridley Scott con su última película, Gladiator.

Pero, ¿quiénes eran estos fieros luchadores de la arena? La mayoría de ellos eran esclavos vendidos por sus dueños o prisioneros de guerra que compraban su libertad a base de victorias en el circo. El símbolo de su liberación era un espadín -llamado rudis- de madera que recibían tras cumplir su condena.

Sin embargo, no todos los que se jugaban el pellejo en el coso eran reos. Y es que también había ciudadanos libres que se metían a gladiadores. Estos solían ser hombres tremendamente pobres que preferían “dejarse azotar con varas, quemar con fuego y matar con el hierro”, tal y como se decía en el juramento de estos luchadores, a seguir viviendo en la miseria más absoluta.

Curiosamente, el origen de estas batallas sobre la arena fue funerario. Al parecer, los romanos adaptaron a su medida una vieja costumbre etrusca que consistía en organizar luchas de gladiadores ante la tumba de los guerreros más valerosos.

Lo que no se imaginaban los pioneros de estos combates era la pasión que iban a levantar en un pueblo romano hambriento de sensaciones fuertes. La cosa llegó hasta tal punto que Augusto se vio obligado a regular estas luchas y, de paso, reservó al emperador el derecho de ofrecerlas.

¿Cómo era este espectáculo? Pues, para hacerte una idea, no tienes más que pensar en un partido de fútbol de los de máxima rivalidad. O sea, en riadas de gentes andando por las calles en dirección al Coliseum. Con las gradas abarrotadas de un público enfervorizado y el emperador en el palco, los gladiadores saltaban a la arena protegidos con escudos, cascos y corazas pectorales.

Entonces, soltaban el saludo ritual con toda la solemnidad que requería el momento: “Ave Caesar, morituri te saludant!” A partir de ese momento, se acababan las buenas palabras y las normas de urbanidad. Lo único que valía era salir vivo del coso, que no era una tarea nada fácil.

Mientras los gladiadores se arreaban en la arena, los espectadores cruzaban apuestas. Cuando uno de los contendientes vencía, el perdedor levantaba sus manos implorando perdón. Era el momento definitivo. La última palabra la tenía el que presidía el espectáculo. La vida del derrotado dependía de sus veredicto: missio (perdón) o damnatio (condena).

Espartaco

El hombre que lideró la revuelta de gladiadores

G. G. M.

Fue en la década de los 70, pero del siglo I antes de Cristo. En aquellos lejanos tiempos, Roma dominaba el mundo y no había ser humano que fuera capaz de desafiar al todopoderoso emperador. Bueno, sí que hubo uno. Se llamaba Espartaco y llegó a liderar un ejército de más de 100.000 hombres. ¿Quién fue este señor? Pues un esclavo que llegó a la escuela de gladiadores de Capua para ser adiestrado por un tal Léntulo Batiatopara.

Espartaco, que trabajó en las minas antes de convertirse en gladiador, era todo un temperamento. Un día, tras pelearse con uno de sus sanguinarios compañeros durante un entrenamiento, decidió liberarse y, de paso, librar al resto de los esclavos de la tiranía de Roma. Dicho y hecho. Encantados con la idea, los alumnos de la escuela de gladiadores se unieron a su líder. Juntos pusieron rumbo al sur de Italia, donde debían embarcar en busca de la libertad. Y en su camino se les fueron uniendo más y más presos de las tropas romanas. Sin embargo, la historia no tuvo un final feliz. Espartaco fue apresado y crucificado.

En Roma "ave" era un saludo que se hacía estirando la mano hacia adelante. "César" (hoy nombre) en Roma no era un nombre, que significafa "grande" y era la distintición para los emperadores. Sin embargo, como las persona nos se conforman surgió otro título "Augusto César" hoy nombre en esa nomenclatura o al revés y significa "el más grande de los grandes".

Ave Caesar, morituri te salutant: salve Casar los que han de morir te saludan. Es la frase que decian los gladeadores cuando entraban al coliseo ante de empezar la pelea.

Que viva el Cesar

VIVA EL CESAR

ERA COMO HEIL HITLER ERA UN SALUDO

Qvo Vadis?