México entero se viste de largo para convidar como cada año el 1 de noviembre a la Gran Dama y a todos los Difuntos al banquete de la vida, de la breve visita al recuerdo, con galas, altares, ofrendas y catrinas y catrines, los más elegantes de todos los muertos.
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EFE
Felipe Linares trabaja sobre una catrina tamaño natural en el taller de la familia
LA CATRINA, UN PERSONAJE POPULAR.
Recuerda el especialista en cultura popular Jesús Flores Escalante en su libro “Morralla del Caló Mexicano” (1994) que las palabras catrín o catrina se utilizaban para “llamar a las personas vestidas con chaqueta y costosas sedas” en México antes de la Revolución (1910).
“Es lo antípoda del indio y del proletario”, dejó dicho el estudioso en su trabajo, un excelente glosario de voces y frases populares del mexicano, monumento al lenguaje coloquial.
El término, clasista por excelencia, se convirtió de ese modo en una especie de marca indeleble del pudiente, del adinerado, del ostentoso, un enemigo de lo popular, uno más, en el México de siempre, de ricos y pobres, en el país de la desigualdad.
Cuenta el artesano Leonardo Linares, cartonista de toda la vida, quinta generación, que para hablar de catrinas o calaveras es inevitable entender la muerte un poco como la entiende el mexicano, “un pueblo muy fiestero” que ya desde la época prehispánica la celebraba y asociaba las calaveras con la muerte.
Decir catrín o catrina es hablar de “una persona en sí adinerada que vestía pomposamente”, “gente que retomaba la moda europea” en un tiempo, fines del XIX y comienzos del XX, en que a millones de mexicanos no les llegaba la camisa al cuello.
A juicio del artesano con las obras, fruto de una labor “creativa y fina”, se quiere “hacer mofa, con respeto, a lo que todos vamos: a morir”, rompiendo con los convencionalismos sociales y las diferencias de estatus.
“Creo que la clave de esto es superar lo que hiciste anteriormente”, afirma Linares, quien tras terminarlas piensa cómo plantear la próxima, de qué modo ponerle otro detalle o darle más movimiento para mejorarla.
“En su momento cuando fue creada (la catrina) representó a la gente de dinero, pero con el mestizaje (todo cambió). Ahora muchas veces lo que representa es como un símbolo del Día de Muertos. Está junto pero debe ser separado. Para nosotros ese día es poner la ofrenda, lo que al muerto o al doliente le gustaba en vida, y el altar, para poner su fotografía, las veladoras... Son cosas muy distintas pero todo va conectado”, explica Leonardo Linares.
Habla, y habla sin levantar los dedos del cartón de su próxima calaverita, una más para el cada vez menos mexicano Día de Muertos, que vive cierto modo de crisis urbana empatado ya casi con el “Halloween”, exportación cultural estadounidense que penetró la fiesta mexicana casi como las coca-colas cualquier rincón del planeta.
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Antípoda: el que está en el lado opuesto de la esfera terráquea.
Considerando al centro de México en longitud 105W latitud 23N
su antípoda geográfico corresponde al Oceano Indico, que está en longitud 75E latitud 23S
ES toda una región del Ocèano Índico al sur de China, Corea y Japón. Entre Australia y África. .
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México entero se viste de largo para convidar como cada año el 1 de noviembre a la Gran Dama y a todos los Difuntos al banquete de la vida, de la breve visita al recuerdo, con galas, altares, ofrendas y catrinas y catrines, los más elegantes de todos los muertos.
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EFE
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“Es lo antípoda del indio y del proletario”, dejó dicho el estudioso en su trabajo, un excelente glosario de voces y frases populares del mexicano, monumento al lenguaje coloquial.
El término, clasista por excelencia, se convirtió de ese modo en una especie de marca indeleble del pudiente, del adinerado, del ostentoso, un enemigo de lo popular, uno más, en el México de siempre, de ricos y pobres, en el país de la desigualdad.
Cuenta el artesano Leonardo Linares, cartonista de toda la vida, quinta generación, que para hablar de catrinas o calaveras es inevitable entender la muerte un poco como la entiende el mexicano, “un pueblo muy fiestero” que ya desde la época prehispánica la celebraba y asociaba las calaveras con la muerte.
Decir catrín o catrina es hablar de “una persona en sí adinerada que vestía pomposamente”, “gente que retomaba la moda europea” en un tiempo, fines del XIX y comienzos del XX, en que a millones de mexicanos no les llegaba la camisa al cuello.
A juicio del artesano con las obras, fruto de una labor “creativa y fina”, se quiere “hacer mofa, con respeto, a lo que todos vamos: a morir”, rompiendo con los convencionalismos sociales y las diferencias de estatus.
“Creo que la clave de esto es superar lo que hiciste anteriormente”, afirma Linares, quien tras terminarlas piensa cómo plantear la próxima, de qué modo ponerle otro detalle o darle más movimiento para mejorarla.
“En su momento cuando fue creada (la catrina) representó a la gente de dinero, pero con el mestizaje (todo cambió). Ahora muchas veces lo que representa es como un símbolo del Día de Muertos. Está junto pero debe ser separado. Para nosotros ese día es poner la ofrenda, lo que al muerto o al doliente le gustaba en vida, y el altar, para poner su fotografía, las veladoras... Son cosas muy distintas pero todo va conectado”, explica Leonardo Linares.
Habla, y habla sin levantar los dedos del cartón de su próxima calaverita, una más para el cada vez menos mexicano Día de Muertos, que vive cierto modo de crisis urbana empatado ya casi con el “Halloween”, exportación cultural estadounidense que penetró la fiesta mexicana casi como las coca-colas cualquier rincón del planeta.