Durante la guerra civil, se estableció en la Villa de las Palmas o Purificación, un Comando General, donde concentraban gentes de distintas partes del paÃs.
Uno de sus capitanes, de conducta poco recomendable y que encontraba en la guerra una aventura divertida para desahogar su pasado luctuoso de asalto y crimen, se instaló con su esposa en esta villa, que al poco tiempo abandonó para seguir en la lucha.
Su afligida y abandonada mujer se dedicó a la modisterÃa para no morir de hambre mientras su marido volvÃa y terminaba la guerra.
Al correr del tiempo las gentes hicieron circular la noticia de la muerte del capitán y la pobre señora guardó luto riguroso hasta que se le presentó un soldado que formaba parte del batallón de reclutas que venÃan de la capital hacia el sur, pero que por circunstancias especiales, debÃa demorar en aquella localidad algunas semanas.
Aquella aventurera dejó huellas imborrables en la atribulada mujer, porque a los pocos dÃas sintió palpitar en sus entrañas el fruto de su amor.
El tiempo transcurrÃa sin tener noticias de su amado. La añoranza se tornaba tierna al comprobar que se cumplÃan las nueve lunas de su gestación.
Un batallón de combatientes regresaba del sur el mismo dÃa que la costurera daba a luz un niño flacuchento y pálido. Aquel cartucho silencioso y pobre se alegró con el llanto del pequeñÃn.
Al atardecer de aquel mismo dÃa, llegó corriendo a su casa una vecina amiga, a informarle que su esposo el capitán, no habÃa muerto, porque sin temor a equivocarse, lo acababa de ver entre el cuerpo de tropa que arribaba al campamento.
Gruesas gotas de lluvia empezaron a caer, seguÃa corriendo, los nubarrones eran más densos, la tempestad se desato con más furia. La luz de los relámpagos le iluminaba el camino. La naturaleza sacudÃa con estertores de muerte. La demente lloraba. Los arroyos crecieron, se desbordaron. Al terminar la vereda encontró el primer riachuelo, pero ya la mujer no veÃa. Penetró a la corriente impetuosa que la arrolló rápidamente. Las aguas bramaron. En sus estrepitosos rugidos parecÃa percibirse el lamento de una mujer
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usa esta fuente, muy buena para tu trabajo http://cabadel.blogspot.com/2009/03/la-leyenda-de-... incluye sinopsis, personajes y el guión.
Dice la tradición que la llorona reclama de las personas ayuda para cargar al niño; al recibirlo se libra del castigo convirtiéndose en la llorona la persona que lo ha recibido. Otras eversiones dicen que es el espÃritu de una mujer que mató por celos a la mamá y prendió fuego a la casa con su progenitora dentro, recibiendo de ésta, en el momento de agonizar la maldición que la condenara: "Andarás sin Dios y sin santa MarÃa, persiguiendo a los hombres por los caminos del llano".
Durante la guerra civil, se estableció en la Villa de las Palmas o Purificación, un Comando General, donde concentraban gentes de distintas partes del paÃs.
Uno de sus capitanes, de conducta poco recomendable y que encontraba en la guerra una aventura divertida para desahogar su pasado luctuoso de asalto y crimen, se instaló con su esposa en esta villa, que al poco tiempo abandonó para seguir en la lucha.
Su afligida y abandonada mujer se dedicó a la modisterÃa para no morir de hambre mientras su marido volvÃa y terminaba la guerra.
Al correr del tiempo las gentes hicieron circular la noticia de la muerte del capitán y la pobre señora guardó luto riguroso hasta que se le presentó un soldado que formaba parte del batallón de reclutas que venÃan de la capital hacia el sur, pero que por circunstancias especiales, debÃa demorar en aquella localidad algunas semanas.
La viuda convencida de las aseveraciones sobre la muerte de su marido, creyó encontrar en aquel nuevo amor un lenitivo para su pena, aceptó al joven e intimó con él.
Los dÃas de locura pasional pasaron veloces y nuevamente la costurera quedó saboreando el abandono, la soledad, la pobreza y sorbiéndose las lágrimas por la ausencia de su amado.
Aquella aventurera dejó huellas imborrables en la atribulada mujer, porque a los pocos dÃas sintió palpitar en sus entrañas el fruto de su amor.
El tiempo transcurrÃa sin tener noticias de su amado. La añoranza se tornaba tierna al comprobar que se cumplÃan las nueve lunas de su gestación.
Un batallón de combatientes regresaba del sur el mismo dÃa que la costurera daba a luz un niño flacuchento y pálido. Aquel cartucho silencioso y pobre se alegró con el llanto del pequeñÃn.
Al atardecer de aquel mismo dÃa, llegó corriendo a su casa una vecina amiga, a informarle que su esposo el capitán, no habÃa muerto, porque sin temor a equivocarse, lo acababa de ver entre el cuerpo de tropa que arribaba al campamento.
En tan importuno momento, esa noticia era como para desfallecer, no por el caso que pocas horas antes habÃa soportado, como por el agotamiento fÃsico en que se encontraba. Miles de pensamientos fluÃan a su mente febril. Se levanto decidida de su cama. Se colocó un ropón deshilachado, sobre sus hombros, cogió al recién nacido, lo abrigó bien, le agarró fuertemente contra su pecho creyendo que se lo arrebatarÃan y sin cerrar la puerta abandonó la choza, corriendo con dificultad. Se encaminó por el sendero oscuro bordeado de arbusto y protegida por el manto negro de la noche.
Gruesas gotas de lluvia empezaron a caer, seguÃa corriendo, los nubarrones eran más densos, la tempestad se desato con más furia. La luz de los relámpagos le iluminaba el camino. La naturaleza sacudÃa con estertores de muerte. La demente lloraba. Los arroyos crecieron, se desbordaron. Al terminar la vereda encontró el primer riachuelo, pero ya la mujer no veÃa. Penetró a la corriente impetuosa que la arrolló rápidamente. Las aguas bramaron. En sus estrepitosos rugidos parecÃa percibirse el lamento de una mujer