Thomas Hobbes: La suya es una política racionalista.
Hobbes (1588-1679 es un filósofo racionalista y materialista. La política es una ciencia. Se trata de descomponer la sociedad en sus elementos y recomponerlos luego en un todo lógico y sistemático. El método de las ciencias es aplicado en este caso a la vida social. Las acciones humanas y sus relaciones deben ser conocidas con la misma exactitud que en el pensar geométrico se conocen las partes de las figuras geométricas. Esta ciencia ha de basarse en justas nociones y rigurosas definiciones. No existen ideas innatas. Insiste en la importancia de las definiciones, los signos y el lenguaje.
Hobbes rechaza el recurso a lo sobrenatural. Toda su obra es una lucha contra los fantasmas, un esfuerzo por reducir a las potencias invisibles. A este respecto convendría leer el final del "Leviatán", su obra más importante. En el último capítulo titulado "El reino de las tinieblas" Hobbes denuncia la demonología, los exorcismos y el temor al diablo, y los beneficios que de todo ello obtiene el clero. La ansiedad humana se encuentra en el origen de la religión. "El temor de una potencia invisible, sea una ficción del pensamiento o algo imaginado según las tradiciones públicamente admitidas es la Religión"
De esta manera, la obra de Hobbes tiende a liberar al hombre de los fantasmas y del miedo. Constituye una brillante manifestación de ateísmo político.
el Dios mortal y sus límites.
Su concepción política se articula sobre su ontología y ésta se inspira directamente en la nueva física y su mecanismo. El hombre es una máquina natural sometida al encadenamiento estricto de causas y efectos, teniendo como propiedades -igualmente naturales- el desear y obrar, es decir, deliberar y moverse en función de esta primera circunstancia que es el deseo. El hombre, individualidad corporal es, fundamentalmente, poder tal es el punto de partida de Leviatán, publicado en 1651.
Así ocurre en el estado de naturaleza,que -si hacemos abstracción de lo que el estado civil le ha aportado-, los hombres, dispersos, son poderes movidos por el deseo, que no limita nada -son totalmente libres- y que se hallan materialmente incapaces de satisfacer ese deseo. En esta misma situación -que excluye toda idea de sociabilidad (bondadosa) y de armonía con el medio-, experimenta el hombre como máquina sensible que es, sentimientos entre los que predominan la envidia y el miedo, singularmente el miedo al sufrimiento y a la muerte. Desde este momento, si el orden natural -orden mecánico- es la "ley de los lobos", resulta que el estado de naturaleza es a la vez y contradictoriamente, plena libertad -al margen de todo derecho- y terror constante: es invivible.
En esta óptica -realista y que elimina en nombre de la física de los cuerpos, toda consideración moral- nada del estado de naturaleza prepara para el estado civil: éste es un artificio. El orden político es producto de una decisión convencional colectiva que engendre un artefacto. Porque el estado de naturaleza es insoportable, porque el deseo de poder y el deseo de vivir, y vivir en paz, se contradicen, entonces la capacidad deliberativa propia del hombre que manda construir una instancia superior cuyo fin sea imponer un orden que elimine la violencia natural, y sustituya la guerra de todos contra todos por la paz de todos con todos.
A grandes males grandes remedios: para poner fin a la violencia nacida del ejercicio de poderes por definición ilimitados sólo puede ser eficaz un poder sin límites. Esto significa que la instauración del Estado supone que los ciudadanos, de común acuerdo, se despojan completamente de su poder individual y lo transfieren a la autoridad pública.
La soberanía una e indivisible del Estado es ilimitada; el contrato que la establece no está sujeto a ninguna obligación excepto la de asegurar la seguridad y el bienestar de los contratantes.
El orden político pone fin a la lucha a muerte; sólo se instaura si los miembros de la colectividad consienten en reconocer la soberanía absoluta de una sola persona que ejerce su poder mediante decisiones de las que sólo ella es dueña y leyes que impone como principios necesarios de la organización de la República. Ese es el sentido del fiat que instituye el Estado: rechazar la muerte por parte de la mecánica natural y construir, con todas las piezas, una lógica de la existencia colectiva que preserve la vida. No es un problema decisivo el del tipo de régimen que encarne la soberanía, con tal de que esta se ejerza con rigor.
El Estado sólo tiene derechos. Es juez de lo que es necesario para la paz y para la defensa de los sujetos y de las doctrinas que es necesario enseñarles. Tiene el derecho de dictar reglas que cada persona sabe lo que le pertenece en propiedad, de forma que ningún otro pueda quitárselo sin cometer una injusticia; el de administrar justicia bajo todas sus formas; el de decidir la guerra y la paz, y el de escoger consejeros y ministros tanto en paz como en g
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Thomas Hobbes: La suya es una política racionalista.
Hobbes (1588-1679 es un filósofo racionalista y materialista. La política es una ciencia. Se trata de descomponer la sociedad en sus elementos y recomponerlos luego en un todo lógico y sistemático. El método de las ciencias es aplicado en este caso a la vida social. Las acciones humanas y sus relaciones deben ser conocidas con la misma exactitud que en el pensar geométrico se conocen las partes de las figuras geométricas. Esta ciencia ha de basarse en justas nociones y rigurosas definiciones. No existen ideas innatas. Insiste en la importancia de las definiciones, los signos y el lenguaje.
Hobbes rechaza el recurso a lo sobrenatural. Toda su obra es una lucha contra los fantasmas, un esfuerzo por reducir a las potencias invisibles. A este respecto convendría leer el final del "Leviatán", su obra más importante. En el último capítulo titulado "El reino de las tinieblas" Hobbes denuncia la demonología, los exorcismos y el temor al diablo, y los beneficios que de todo ello obtiene el clero. La ansiedad humana se encuentra en el origen de la religión. "El temor de una potencia invisible, sea una ficción del pensamiento o algo imaginado según las tradiciones públicamente admitidas es la Religión"
De esta manera, la obra de Hobbes tiende a liberar al hombre de los fantasmas y del miedo. Constituye una brillante manifestación de ateísmo político.
el Dios mortal y sus límites.
Su concepción política se articula sobre su ontología y ésta se inspira directamente en la nueva física y su mecanismo. El hombre es una máquina natural sometida al encadenamiento estricto de causas y efectos, teniendo como propiedades -igualmente naturales- el desear y obrar, es decir, deliberar y moverse en función de esta primera circunstancia que es el deseo. El hombre, individualidad corporal es, fundamentalmente, poder tal es el punto de partida de Leviatán, publicado en 1651.
Así ocurre en el estado de naturaleza,que -si hacemos abstracción de lo que el estado civil le ha aportado-, los hombres, dispersos, son poderes movidos por el deseo, que no limita nada -son totalmente libres- y que se hallan materialmente incapaces de satisfacer ese deseo. En esta misma situación -que excluye toda idea de sociabilidad (bondadosa) y de armonía con el medio-, experimenta el hombre como máquina sensible que es, sentimientos entre los que predominan la envidia y el miedo, singularmente el miedo al sufrimiento y a la muerte. Desde este momento, si el orden natural -orden mecánico- es la "ley de los lobos", resulta que el estado de naturaleza es a la vez y contradictoriamente, plena libertad -al margen de todo derecho- y terror constante: es invivible.
En esta óptica -realista y que elimina en nombre de la física de los cuerpos, toda consideración moral- nada del estado de naturaleza prepara para el estado civil: éste es un artificio. El orden político es producto de una decisión convencional colectiva que engendre un artefacto. Porque el estado de naturaleza es insoportable, porque el deseo de poder y el deseo de vivir, y vivir en paz, se contradicen, entonces la capacidad deliberativa propia del hombre que manda construir una instancia superior cuyo fin sea imponer un orden que elimine la violencia natural, y sustituya la guerra de todos contra todos por la paz de todos con todos.
A grandes males grandes remedios: para poner fin a la violencia nacida del ejercicio de poderes por definición ilimitados sólo puede ser eficaz un poder sin límites. Esto significa que la instauración del Estado supone que los ciudadanos, de común acuerdo, se despojan completamente de su poder individual y lo transfieren a la autoridad pública.
La soberanía una e indivisible del Estado es ilimitada; el contrato que la establece no está sujeto a ninguna obligación excepto la de asegurar la seguridad y el bienestar de los contratantes.
El orden político pone fin a la lucha a muerte; sólo se instaura si los miembros de la colectividad consienten en reconocer la soberanía absoluta de una sola persona que ejerce su poder mediante decisiones de las que sólo ella es dueña y leyes que impone como principios necesarios de la organización de la República. Ese es el sentido del fiat que instituye el Estado: rechazar la muerte por parte de la mecánica natural y construir, con todas las piezas, una lógica de la existencia colectiva que preserve la vida. No es un problema decisivo el del tipo de régimen que encarne la soberanía, con tal de que esta se ejerza con rigor.
El Estado sólo tiene derechos. Es juez de lo que es necesario para la paz y para la defensa de los sujetos y de las doctrinas que es necesario enseñarles. Tiene el derecho de dictar reglas que cada persona sabe lo que le pertenece en propiedad, de forma que ningún otro pueda quitárselo sin cometer una injusticia; el de administrar justicia bajo todas sus formas; el de decidir la guerra y la paz, y el de escoger consejeros y ministros tanto en paz como en g