El Plan de Casa Mata fue proclamado el 1 de febrero de 1823[1] por Antonio López de Santa Anna al que posteriormente se le unirían Vicente Guerrero, Nicolás Bravo y jefes del ejército imperial (incluso del propio ejército de Iturbide) como José Antonio de Echávarri, Luis Cortázar y Rábago y José María Lobato. Tenía la intención de reinstalar el congreso y declarar nulo el imperio, no reconociendo a Iturbide como Emperador de México. (Ver Primer Imperio Mexicano). Cambió así este documento la forma del estado mexicano de Monarquía a República y provoca la ascensión al poder de un triunvirato formado por Pedro Celestino Negrete, Nicolás Bravo y Guadalupe Victoria, lo que convierte a este último en el primer presidente de la República mexicana.
20 de julio, la coronación de Iturbide El obispo de Guadalajara, Juan Ruiz Cabañas de la Cruz y Crespo, coronó a Agustín de Iturbide como emperador de México, el 20 de julio de 1882. El Plan de Iguala, había sido aceptado por la mayoría de los generales y oficiales del ejército realista; el ejército Trigarante elevaba día a día el número de sus efectivos y marchaba triunfante rumbo a la capital.ee uu
El pasado en el presente / José Octavio Guevara Rúbio
Mientras esto ocurría, en la capital de la República, una junta de militares realista destituyó al virrey Apodaca por su incapacidad para detener la insurrección iturbidista, en su lugar colocaron al general Pedro Novella. Iturbide tocaba ya las puertas de la ciudad de México.
España realizó un último esfuerzo para no perder su virreinato más valioso. Envió a Juan de O’Donojú en calidad de nuevo virrey a negociar con los partidarios de la independencia. Casi nada se podía rescatar para la causa española; pocas plazas seguían en posesión de las fuerzas realistas, entre ellas estaban la capital del puerto de Veracruz; bajo esas circunstancias, el virrey no tuvo más opción que reconocer la independencia de México; pero, primeramente antepuso ciertas condiciones que aceptó sin mayor discusión el “Libertador de México”, Agustín de Iturbide.
Ambos personajes firmaron los famosos Tratados de Córdoba, documento donde se acordaba que México se convertiría en una nación soberana asumiendo el estatus de imperio cuyo monarca sería, según lo estipulado, un príncipe perteneciente a la familia real española.
Juan O’ Donojú e Iturbide se reunieron en la hacienda de La Patera, cerca de la Villa de Guadalupe, el 13 de septiembre de 1821, para acordar un armisticio. Novella, el virrey interino, reconoció el mando y autoridad de O’Donoju, quien ordenó a las tropas realistas abandonar la plaza. Entre algarabía y júbilo popular, el día 27 ingresó triunfante a la capital Agustín de Iturbide, al frente del Ejército Trigarante.
Los capitalinos más notables y destacados: terratenientes, clérigos y militares, formaron una junta provisional gubernativa, la cual se encargó de decretar el Acta de Independencia del Imperio Mexicano y de nombrar una regencia que se encargaría de gobernar la nación hasta la llegada del príncipe español que ocuparía el trono de México.
Fernando VII, sus hijos y el resto de la familia real rechazaron la corona del recién nacido imperio. A pesar de este desaire, la nación se organizó políticamente y uno de los pasos que se dio en este tenor fue la elección de presidentes municipales y de diputados para el congreso general.
La pluralidad política y las rivalidades entre grupos de poder caracterizaron a éste, el primer congreso del México independiente. Los grupos y partidos que Iturbide logró conciliar en la lucha militar, ahora peleaban unos contra otros en la arena política. Un importante número de diputados apoyaban al libertador; los demás, es decir, los que conformaban la oposición se repartían en dos bandos, al primero pertenecían los republicanos o herederos de los viejos insurgentes, en el otro, militaban los borbonistas que demandaban el cumplimiento estricto de los Tratados de Córdoba.
Pero, más allá de los partidos o grupos políticos, México amaba a Iturbide. Deliberada o espontánea, y sin duda sincera, fue la manifestación del 18 de mayo de 1822. La noctámbula multitud, encabezada por el sargento mayor Pío Marcha y el coronel Epitacio Sánchez, que se lanzó a las calles a gritarle vivas a Iturbide y a exigir su entronización, encarnaba verdaderamente el anhelo de la nación y en hacía eco la voz popular de México.
El congreso, en votación histórica, refrendó la decisión del pueblo mexicano. España no cumplió con los Tratados de Córdoba; nunca envió un príncipe a gobernar el Imperio Mexicano, ahora la decisión le correspondía a los mexicanos por conducto de sus representantes y así se hizo. El propio Valentín Gómez Farías, el prohombre del republicanismo y padre de la reforma, comprometió el voto de 46 de sus compañeros a favor de la entronización de Iturbide, sin más condición de que el futuro emperador se sometiera a la constitución.
Los habitantes de Guadalajara supieron la noticia el 28 de mayo a las dos de la mañana; la reacción del júbilo de los tapatíos fue inmediata, las casas se iluminaron, el repique de campanas y el estruendo de cohetes rompieron el silencio nocturno de la ciudad que despertaba para aclamar y mostrarle su simpatía al nuevo emperador. El mismo día, bandos y decretos firmados por el gobernador Antonio Gutiérrez y Ulloa daban el aviso oficial al pueblo sobre la proclamación de Iturbide.hj
La Nueva Galicia fue iturbidista y los hechos lo corroboraban, prominentes neogallegos como el obispo Cabañas, Gordoa, Olazagarre, entre otros, habían aportado importantes sumas al ejército Trigarante para aprovisionarlo de uniformes y equipo. Y fue precisamente el obispo Juan Ruiz Cabañas de la Cruz quien presidió la misa en la cual fue coronado Iturbide. La ornamentación de la catedral de México fue fastuosa; decoraban su interior finas alhajas, abundantes cortinajes y candelabros de plata en los cuales centenares de luces le daban al reciento una insólita y extraordinaria magnificencia.
El presidente del congreso tomó la corona y la colocó sobre la cabeza de Iturbide; acto seguido, el emperador coronó a su esposa. Después los monarcas de México ocuparon los tronos dispuestos para la ocasión. Cuando el obispo terminó la misa de consagración, los emperadores depositaron en el altar las ofrendas tradicionales. El jefe de armas le dio término a la celebración exclamando: “El muy piadoso y muy augusto emperador constitucional primero de los mexicanos, Agustín, está coronado y entronizado ¡Viva el emperador!”. Los concurrentes respondieron: “¡Viva el emperador y viva la emperatriz!”.
Poco a poco se integrarían a la vida política mexicana promotores de conspiraciones republicanas, como el colombiano Miguel Santa María, y los antiguos diputados a las Cortes españolas Miguel Ramos Arizpe y Mariano Michelena -organizador de las logias masónicas del rito escocés en donde surgieron los principales centros de oposición de Iturbide-. Un agente especial de Estados Unidos -el célebre y nefasto Joel R. Poinsett- trabajó duramente para proponer el modelo republicano y oponerse a la monarquía de Iturbide, sembrando la semilla de las logias del rito yorkino. Liberado de la prisión de San Juan de Ulúa, el padre Servando Teresa de Mier (quie había traido al masón apátrida Javier Mina) le informó a Iturbide que lo desconocía como emperador. Durante los últimos meses de 1822 y los primeros de 1823 hubo un crecimiento de las logias antiiturbidistas, formadas por antiguos borbonistas y por republicanos. El Congreso estaba lleno de enemigos al proyecto de Iguala, e incluso hubo algunos que se opusieron a la garantía de la unión. Muchos de los altos funcionarios del ejército imperial como los insurgentes Bravo, Guerrero, y Victoria, así como Felipe de la Garza estaban dentro de las conspiraciones para derrocar a Iturbide.
El Congreso se entretenía en matar el tiempo, pero no llegaba al punto de hacer la Constitución, y se declaró supremo. Ya se entiende que algunas de las dificultades provenían de la falta de edad política, porque muchos de los diputados eran puramente aficionados; pero con razón Zavala, el 29 de Agosto de 1822, siendo él mismo uno de ellos, dijo enérgicamente al Congreso que se reformase a sí mismo; que la selección de diputados había sido defectuosa; que ellos se habían declarado soberanos, privando a Iturbide del derecho del veto; que todavía no se habían dividido en dos cámaras, y así otras cosas. Iturbide dio la queja al Congreso de que, después de ocho meses de sesión, no habían hecho nada para producir una Constitución, lo cual era, después de todo, el fin principal de su convocación como Congreso Constituyente, y todo se les había ido en perder el tiempo en debates inútiles y poner obstáculos a su autoridad y poder. Por lo cual, habiendo tenido Iturbide una conferencia con unos 70 u 80 diputados, generales y ministros de estado –para determinar lo que debía hacerse-.
Las conspiraciones masónicas tenían el propósito de derrocar el imperio de Iturbide a favor de la república, pero fueron descubiertas y disueltas. Entre sus miembros había 66 congresistas, que fueron aprehendidos. El 31 de Octubre de 1822, como Emperador Constitucional de México disolvió el Congreso y nombró una Junta Instituyente, que gobernase mientras volvía a reunirse el nuevo Congreso. Este, sin embargo, nunca se reunió. Las razones de Iturbide fueron las siguientes:
...la Nación confiaba que el Congreso Constituyente dictaría leyes sabias que organizaran el Gobierno e hicieran la felicidad del Imperio... Así lo creyeron todos los pueblos, pero una desgraciada experiencia ha hecho ver que lejos de cumplir con exactitud sus deberes, entró en empeños muy distantes de su instituto, contraviniendo desde el mismo momento de su instalación a las facultades que se confiaron a los diputados por las provincias, arrogándose títulos y atribuciones que no les corresponden, y viendo con una fría indiferencia las necesidades del Estado, la administración de justicia, la suerte de los empleados, y las miserias del Ejército que de todas maneras ha pretendido diseminar, sin embargo de que muchos de los mismos diputados procuraron disuadirlo de semejantes procederes.
Se instaló (con apoyo de algunos diputados, como Lorenzo de Zavala) dicha Junta Nacional Instituyente encargada de redactar una Constitución. Ésta aprobó el 22 de febrero de 1823 el Reglamento Provisional Político del Imperio Mexicano; se trataba de un documento político provisional, no una Constitución para el imperio, ya que la intención permanente de Iturbide siempre fue que el Congreso Constituyente dictara la Constitución del estado.
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El Plan de Casa Mata fue proclamado el 1 de febrero de 1823[1] por Antonio López de Santa Anna al que posteriormente se le unirían Vicente Guerrero, Nicolás Bravo y jefes del ejército imperial (incluso del propio ejército de Iturbide) como José Antonio de Echávarri, Luis Cortázar y Rábago y José María Lobato. Tenía la intención de reinstalar el congreso y declarar nulo el imperio, no reconociendo a Iturbide como Emperador de México. (Ver Primer Imperio Mexicano). Cambió así este documento la forma del estado mexicano de Monarquía a República y provoca la ascensión al poder de un triunvirato formado por Pedro Celestino Negrete, Nicolás Bravo y Guadalupe Victoria, lo que convierte a este último en el primer presidente de la República mexicana.
20 de julio, la coronación de Iturbide El obispo de Guadalajara, Juan Ruiz Cabañas de la Cruz y Crespo, coronó a Agustín de Iturbide como emperador de México, el 20 de julio de 1882. El Plan de Iguala, había sido aceptado por la mayoría de los generales y oficiales del ejército realista; el ejército Trigarante elevaba día a día el número de sus efectivos y marchaba triunfante rumbo a la capital.ee uu
El pasado en el presente / José Octavio Guevara Rúbio
Mientras esto ocurría, en la capital de la República, una junta de militares realista destituyó al virrey Apodaca por su incapacidad para detener la insurrección iturbidista, en su lugar colocaron al general Pedro Novella. Iturbide tocaba ya las puertas de la ciudad de México.
España realizó un último esfuerzo para no perder su virreinato más valioso. Envió a Juan de O’Donojú en calidad de nuevo virrey a negociar con los partidarios de la independencia. Casi nada se podía rescatar para la causa española; pocas plazas seguían en posesión de las fuerzas realistas, entre ellas estaban la capital del puerto de Veracruz; bajo esas circunstancias, el virrey no tuvo más opción que reconocer la independencia de México; pero, primeramente antepuso ciertas condiciones que aceptó sin mayor discusión el “Libertador de México”, Agustín de Iturbide.
Ambos personajes firmaron los famosos Tratados de Córdoba, documento donde se acordaba que México se convertiría en una nación soberana asumiendo el estatus de imperio cuyo monarca sería, según lo estipulado, un príncipe perteneciente a la familia real española.
Juan O’ Donojú e Iturbide se reunieron en la hacienda de La Patera, cerca de la Villa de Guadalupe, el 13 de septiembre de 1821, para acordar un armisticio. Novella, el virrey interino, reconoció el mando y autoridad de O’Donoju, quien ordenó a las tropas realistas abandonar la plaza. Entre algarabía y júbilo popular, el día 27 ingresó triunfante a la capital Agustín de Iturbide, al frente del Ejército Trigarante.
Los capitalinos más notables y destacados: terratenientes, clérigos y militares, formaron una junta provisional gubernativa, la cual se encargó de decretar el Acta de Independencia del Imperio Mexicano y de nombrar una regencia que se encargaría de gobernar la nación hasta la llegada del príncipe español que ocuparía el trono de México.
Fernando VII, sus hijos y el resto de la familia real rechazaron la corona del recién nacido imperio. A pesar de este desaire, la nación se organizó políticamente y uno de los pasos que se dio en este tenor fue la elección de presidentes municipales y de diputados para el congreso general.
La pluralidad política y las rivalidades entre grupos de poder caracterizaron a éste, el primer congreso del México independiente. Los grupos y partidos que Iturbide logró conciliar en la lucha militar, ahora peleaban unos contra otros en la arena política. Un importante número de diputados apoyaban al libertador; los demás, es decir, los que conformaban la oposición se repartían en dos bandos, al primero pertenecían los republicanos o herederos de los viejos insurgentes, en el otro, militaban los borbonistas que demandaban el cumplimiento estricto de los Tratados de Córdoba.
Pero, más allá de los partidos o grupos políticos, México amaba a Iturbide. Deliberada o espontánea, y sin duda sincera, fue la manifestación del 18 de mayo de 1822. La noctámbula multitud, encabezada por el sargento mayor Pío Marcha y el coronel Epitacio Sánchez, que se lanzó a las calles a gritarle vivas a Iturbide y a exigir su entronización, encarnaba verdaderamente el anhelo de la nación y en hacía eco la voz popular de México.
El congreso, en votación histórica, refrendó la decisión del pueblo mexicano. España no cumplió con los Tratados de Córdoba; nunca envió un príncipe a gobernar el Imperio Mexicano, ahora la decisión le correspondía a los mexicanos por conducto de sus representantes y así se hizo. El propio Valentín Gómez Farías, el prohombre del republicanismo y padre de la reforma, comprometió el voto de 46 de sus compañeros a favor de la entronización de Iturbide, sin más condición de que el futuro emperador se sometiera a la constitución.
Los habitantes de Guadalajara supieron la noticia el 28 de mayo a las dos de la mañana; la reacción del júbilo de los tapatíos fue inmediata, las casas se iluminaron, el repique de campanas y el estruendo de cohetes rompieron el silencio nocturno de la ciudad que despertaba para aclamar y mostrarle su simpatía al nuevo emperador. El mismo día, bandos y decretos firmados por el gobernador Antonio Gutiérrez y Ulloa daban el aviso oficial al pueblo sobre la proclamación de Iturbide.hj
La Nueva Galicia fue iturbidista y los hechos lo corroboraban, prominentes neogallegos como el obispo Cabañas, Gordoa, Olazagarre, entre otros, habían aportado importantes sumas al ejército Trigarante para aprovisionarlo de uniformes y equipo. Y fue precisamente el obispo Juan Ruiz Cabañas de la Cruz quien presidió la misa en la cual fue coronado Iturbide. La ornamentación de la catedral de México fue fastuosa; decoraban su interior finas alhajas, abundantes cortinajes y candelabros de plata en los cuales centenares de luces le daban al reciento una insólita y extraordinaria magnificencia.
El presidente del congreso tomó la corona y la colocó sobre la cabeza de Iturbide; acto seguido, el emperador coronó a su esposa. Después los monarcas de México ocuparon los tronos dispuestos para la ocasión. Cuando el obispo terminó la misa de consagración, los emperadores depositaron en el altar las ofrendas tradicionales. El jefe de armas le dio término a la celebración exclamando: “El muy piadoso y muy augusto emperador constitucional primero de los mexicanos, Agustín, está coronado y entronizado ¡Viva el emperador!”. Los concurrentes respondieron: “¡Viva el emperador y viva la emperatriz!”.
Conspiración
Poco a poco se integrarían a la vida política mexicana promotores de conspiraciones republicanas, como el colombiano Miguel Santa María, y los antiguos diputados a las Cortes españolas Miguel Ramos Arizpe y Mariano Michelena -organizador de las logias masónicas del rito escocés en donde surgieron los principales centros de oposición de Iturbide-. Un agente especial de Estados Unidos -el célebre y nefasto Joel R. Poinsett- trabajó duramente para proponer el modelo republicano y oponerse a la monarquía de Iturbide, sembrando la semilla de las logias del rito yorkino. Liberado de la prisión de San Juan de Ulúa, el padre Servando Teresa de Mier (quie había traido al masón apátrida Javier Mina) le informó a Iturbide que lo desconocía como emperador. Durante los últimos meses de 1822 y los primeros de 1823 hubo un crecimiento de las logias antiiturbidistas, formadas por antiguos borbonistas y por republicanos. El Congreso estaba lleno de enemigos al proyecto de Iguala, e incluso hubo algunos que se opusieron a la garantía de la unión. Muchos de los altos funcionarios del ejército imperial como los insurgentes Bravo, Guerrero, y Victoria, así como Felipe de la Garza estaban dentro de las conspiraciones para derrocar a Iturbide.
El Congreso se entretenía en matar el tiempo, pero no llegaba al punto de hacer la Constitución, y se declaró supremo. Ya se entiende que algunas de las dificultades provenían de la falta de edad política, porque muchos de los diputados eran puramente aficionados; pero con razón Zavala, el 29 de Agosto de 1822, siendo él mismo uno de ellos, dijo enérgicamente al Congreso que se reformase a sí mismo; que la selección de diputados había sido defectuosa; que ellos se habían declarado soberanos, privando a Iturbide del derecho del veto; que todavía no se habían dividido en dos cámaras, y así otras cosas. Iturbide dio la queja al Congreso de que, después de ocho meses de sesión, no habían hecho nada para producir una Constitución, lo cual era, después de todo, el fin principal de su convocación como Congreso Constituyente, y todo se les había ido en perder el tiempo en debates inútiles y poner obstáculos a su autoridad y poder. Por lo cual, habiendo tenido Iturbide una conferencia con unos 70 u 80 diputados, generales y ministros de estado –para determinar lo que debía hacerse-.
Las conspiraciones masónicas tenían el propósito de derrocar el imperio de Iturbide a favor de la república, pero fueron descubiertas y disueltas. Entre sus miembros había 66 congresistas, que fueron aprehendidos. El 31 de Octubre de 1822, como Emperador Constitucional de México disolvió el Congreso y nombró una Junta Instituyente, que gobernase mientras volvía a reunirse el nuevo Congreso. Este, sin embargo, nunca se reunió. Las razones de Iturbide fueron las siguientes:
...la Nación confiaba que el Congreso Constituyente dictaría leyes sabias que organizaran el Gobierno e hicieran la felicidad del Imperio... Así lo creyeron todos los pueblos, pero una desgraciada experiencia ha hecho ver que lejos de cumplir con exactitud sus deberes, entró en empeños muy distantes de su instituto, contraviniendo desde el mismo momento de su instalación a las facultades que se confiaron a los diputados por las provincias, arrogándose títulos y atribuciones que no les corresponden, y viendo con una fría indiferencia las necesidades del Estado, la administración de justicia, la suerte de los empleados, y las miserias del Ejército que de todas maneras ha pretendido diseminar, sin embargo de que muchos de los mismos diputados procuraron disuadirlo de semejantes procederes.
Se instaló (con apoyo de algunos diputados, como Lorenzo de Zavala) dicha Junta Nacional Instituyente encargada de redactar una Constitución. Ésta aprobó el 22 de febrero de 1823 el Reglamento Provisional Político del Imperio Mexicano; se trataba de un documento político provisional, no una Constitución para el imperio, ya que la intención permanente de Iturbide siempre fue que el Congreso Constituyente dictara la Constitución del estado.