Porfavor es muy urgente no tan cortaa
DOY LOS PUNTOOOS QUE QUIERAAAN PEROO ENSERIO ME URGE !
Nosotros estudiamos para desempeñarnos en el trabajo, no es recomendable leer reseñas, es mejor leer toda la obra y obtener su significado, en todas las cosas que hagas en tu trabajo tienes que ser meticulosa para no cometer errores.
Hola Cynthia,aqui tienes el resumen:
El viudo Román” es, desde luego, recordatorio de la fragilidad de los cimientos con que los mexicanos pretendemos soportar la estructura de nuestras relaciones genéricas, pero es mucho más ilustrativa de su tiempo, de sus condiciones.
Ya entrando en materia, y con la anticipada disculpa por la comparación que sigue, permÃtaseme la jocosa suposición de que si “El viudo Román” no se ha convertido en un sonado éxito de la pantalla chica, como una gran telenovela estelar de Televisa o Televisión Azteca, llevando aire fresco a las recurrentes y autorrepetidas historias de Yolanda Vargas Dulché o de CorÃn Tellado, eso lo debemos (acaso deberÃamos estar agradecidos) a la escasa o nula habilidad de los productores para acercarse a los libros. Cada situación, cada giro en los aconteceres entre Carlos Román, Cástula, Evaristo, Romelia y demás, obliga a un recuento de los daños por etapas, aunque las conclusiones quedan en el aire sin remedio.
La fenotipia es harto precisa también para todos y cada uno de los personajes que mueven los hilos principales del enredo, desde la apostura ortomórfica de Carlos y Rafael, la belleza indiscutible de Romelia y Estela –entidades, todas ellas, contrapuestas pero complementarias- hasta la endomorfia enfermiza de Enrique y los cuerpos hinchados, abotagados, de Cástula y Evaristo, todos metalingüÃsticamente representativos de su segmento sociocultural para ejercer sus virtudes, vicios, limitaciones y carencias.
Las secuencias se hacen acompañar, entonces, de un desfile de retratos y etopeyas que nos muestran a un Don Carlos Román (no podemos, claro, olvidar el Don, asÃ, con mayúsculas), erigido moderno señor feudal, un semidios que puede descender de las alturas y dejarse tocar por una muchedumbre paupérrima, maloliente y útil apenas para servir de conducto a la obtención de beneficios ulteriores –que la trasciende-; muchedumbre apestosa del enfermo, masculinizado en Enrique; muchedumbre horrenda materializada en Carmen, hermana del tuberculoso, y mÃsero botón de muestra de “esas mujeres a quienes las desgracias se les coagulan en la cara como la forma extrema de la fealdad”; la inflada mesomorfia del cura Evaristo, tan pintorescamente patético como su eclesiástica representación, y de Cástula, emblemática exponente de una añeja tradición que se desprecia a sà misma, minimizándose, y que al mismo tiempo se niega a ser remplazada, dispuesta a jugarse el todo por el todo en aras de mantener su papel de aparente –secundario, en todo caso- privilegio.
Vemos, igualmente, la presencia de una Romelia burlada, como burladas son las aspiraciones femeninas alienadas por milenios de mentiras verdaderas; burlada doblemente en su condición adolescente, erróneamente instalada en la seguridad del plan, de una metodologÃa que menosprecia la maña de lo antiguo, de lo pasado (por más que ese pasado esté encarnado en la figura de un hombre de 39 años, y no, como hubiésemos podido imaginar, en otros personajes que rodean a Carlos Román, como Rafael, padre).
Pobre favor le hacen las otras mujeres de la historia al género, “juguetes del destino” cantarÃa MarÃa Callas, “barajadas” por Carlos y Evaristo, merced al beneficio de sus capacidades y méritos (al menos en el papel del sacerdote, porque de Carlos se entiende que supo todo el tiempo que el instrumento de su revancha serÃa Romelia). Se amontonan, asÃ, no en un basurero sino en un discreto armario -porque hasta en esto hay clases sociales y todas ellas pertenecen a la mejor (la alta, claro)-, las personas de Ernestina, loca de atar, aun cuando su extravÃo se justifique en la pérdida del hijo varón; Amalia, la mediocre abnegada; Soledad –Cholita-, tan decente como chismosa; Leonila, aristocráticamente tonta (y viceversa); Elvira, de inteligencia y gracias comprobadas, pero condenada por la masculinizada prominencia del bozo, tan condenable como que de los hombres se asomase, inoportuno, nuestro lado femenino; Blanca, la solterona, beata y culposa hermana de Romelia y, finalmente, la segunda hermana, Yolanda, indecentemente coqueta (¿bajo qué parámetros?, deberÃamos preguntar, porque ya sabemos que si es un hombre el que asà se comportare, serÃa experiencia de aprendizaje, mientras que de ser mujer, no puede concebirse sino como semilla de perversión) y mancuerna de la anterior en tanto que su suma podrÃa apenas aproximarse al total de lo que Romelia era por sà misma.
Trágico y risible, jocoso y reflexivo, este relato de Rosario Castellanos cuestiona los valores, la forma de ser de los mexicanos que nos ha impedido llegar más lejos. Y entre las cosas que sorprende destaca el hecho de aproximarse a lo retorcido que puede ser la mente humana, a través de un texto de tan fluida lectura, que tan de la mano te lleva por un banquete ligero de palabras, cuartillas que tu cerebro digiere con soltura, aunque te indigestan el corazón.
Espero haberte ayudado
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Nosotros estudiamos para desempeñarnos en el trabajo, no es recomendable leer reseñas, es mejor leer toda la obra y obtener su significado, en todas las cosas que hagas en tu trabajo tienes que ser meticulosa para no cometer errores.
Hola Cynthia,aqui tienes el resumen:
El viudo Román” es, desde luego, recordatorio de la fragilidad de los cimientos con que los mexicanos pretendemos soportar la estructura de nuestras relaciones genéricas, pero es mucho más ilustrativa de su tiempo, de sus condiciones.
Ya entrando en materia, y con la anticipada disculpa por la comparación que sigue, permÃtaseme la jocosa suposición de que si “El viudo Román” no se ha convertido en un sonado éxito de la pantalla chica, como una gran telenovela estelar de Televisa o Televisión Azteca, llevando aire fresco a las recurrentes y autorrepetidas historias de Yolanda Vargas Dulché o de CorÃn Tellado, eso lo debemos (acaso deberÃamos estar agradecidos) a la escasa o nula habilidad de los productores para acercarse a los libros. Cada situación, cada giro en los aconteceres entre Carlos Román, Cástula, Evaristo, Romelia y demás, obliga a un recuento de los daños por etapas, aunque las conclusiones quedan en el aire sin remedio.
La fenotipia es harto precisa también para todos y cada uno de los personajes que mueven los hilos principales del enredo, desde la apostura ortomórfica de Carlos y Rafael, la belleza indiscutible de Romelia y Estela –entidades, todas ellas, contrapuestas pero complementarias- hasta la endomorfia enfermiza de Enrique y los cuerpos hinchados, abotagados, de Cástula y Evaristo, todos metalingüÃsticamente representativos de su segmento sociocultural para ejercer sus virtudes, vicios, limitaciones y carencias.
Las secuencias se hacen acompañar, entonces, de un desfile de retratos y etopeyas que nos muestran a un Don Carlos Román (no podemos, claro, olvidar el Don, asÃ, con mayúsculas), erigido moderno señor feudal, un semidios que puede descender de las alturas y dejarse tocar por una muchedumbre paupérrima, maloliente y útil apenas para servir de conducto a la obtención de beneficios ulteriores –que la trasciende-; muchedumbre apestosa del enfermo, masculinizado en Enrique; muchedumbre horrenda materializada en Carmen, hermana del tuberculoso, y mÃsero botón de muestra de “esas mujeres a quienes las desgracias se les coagulan en la cara como la forma extrema de la fealdad”; la inflada mesomorfia del cura Evaristo, tan pintorescamente patético como su eclesiástica representación, y de Cástula, emblemática exponente de una añeja tradición que se desprecia a sà misma, minimizándose, y que al mismo tiempo se niega a ser remplazada, dispuesta a jugarse el todo por el todo en aras de mantener su papel de aparente –secundario, en todo caso- privilegio.
Vemos, igualmente, la presencia de una Romelia burlada, como burladas son las aspiraciones femeninas alienadas por milenios de mentiras verdaderas; burlada doblemente en su condición adolescente, erróneamente instalada en la seguridad del plan, de una metodologÃa que menosprecia la maña de lo antiguo, de lo pasado (por más que ese pasado esté encarnado en la figura de un hombre de 39 años, y no, como hubiésemos podido imaginar, en otros personajes que rodean a Carlos Román, como Rafael, padre).
Pobre favor le hacen las otras mujeres de la historia al género, “juguetes del destino” cantarÃa MarÃa Callas, “barajadas” por Carlos y Evaristo, merced al beneficio de sus capacidades y méritos (al menos en el papel del sacerdote, porque de Carlos se entiende que supo todo el tiempo que el instrumento de su revancha serÃa Romelia). Se amontonan, asÃ, no en un basurero sino en un discreto armario -porque hasta en esto hay clases sociales y todas ellas pertenecen a la mejor (la alta, claro)-, las personas de Ernestina, loca de atar, aun cuando su extravÃo se justifique en la pérdida del hijo varón; Amalia, la mediocre abnegada; Soledad –Cholita-, tan decente como chismosa; Leonila, aristocráticamente tonta (y viceversa); Elvira, de inteligencia y gracias comprobadas, pero condenada por la masculinizada prominencia del bozo, tan condenable como que de los hombres se asomase, inoportuno, nuestro lado femenino; Blanca, la solterona, beata y culposa hermana de Romelia y, finalmente, la segunda hermana, Yolanda, indecentemente coqueta (¿bajo qué parámetros?, deberÃamos preguntar, porque ya sabemos que si es un hombre el que asà se comportare, serÃa experiencia de aprendizaje, mientras que de ser mujer, no puede concebirse sino como semilla de perversión) y mancuerna de la anterior en tanto que su suma podrÃa apenas aproximarse al total de lo que Romelia era por sà misma.
Trágico y risible, jocoso y reflexivo, este relato de Rosario Castellanos cuestiona los valores, la forma de ser de los mexicanos que nos ha impedido llegar más lejos. Y entre las cosas que sorprende destaca el hecho de aproximarse a lo retorcido que puede ser la mente humana, a través de un texto de tan fluida lectura, que tan de la mano te lleva por un banquete ligero de palabras, cuartillas que tu cerebro digiere con soltura, aunque te indigestan el corazón.
Espero haberte ayudado